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“No sabes que es el
rock and roll hasta que tomas las drogas suficientes”, era su frase
favorita, igual que “mi tiempo vale más
que dinero”…
Pero llegó “no quedan
cereales”, y rompió a llorar. Fue ahí.
La realidad nos había alcanzado, y éramos como todos los
demás. El alquiler se paga, como la comida y el tabaco; los excesos pesan. Borracheras,
resacas y falta de sueño. Consumíamos la vida con hambre canina, sin masticarla
y sin entender que hay un máximo de sensaciones que podemos experimentar. Todo,
nos pasó factura a los nervios. Estábamos desquiciados.
Queríamos una vida auténtica, pero nuestro cuerpo no estaba
preparado para ello. Así que íbamos con los nervios de punta. Y discutíamos
borrachos y follábamos. Discutíamos de resaca y sus gritos eran mazazos en mi
cerebro. Yo subía la música. No cabíamos ni en nosotros mismos. Apocalipsis en 45 metros cuadrados .
Y salíamos a la calle a seguir echándonos cosas en cara. Hasta que nos nacían
los besos del estómago de tanto arañarnos el corazón. Luego, vuelta a empezar.
Lo peor eran los domingos por la mañana, cuando aparecía el
mundo real y el suelo lleno de latas de cerveza caliente con ceniza.
Y ese domingo, con los ojos llorando de tanto vomitar, vi a
aquellas señoras mayores que se iban a misa de doce, y no pude mirarme al
espejo. Encendí un cigarro. Supe que no aguantaría una próxima vez. Así que
cogí mi chupa y me fui sin decirle nada. Nos salvé la vida.
PD: Y unos meses más tarde, trataré de resucitar esto; ya que fui yo quien lo enterró. Mea culpa.
Maloles.